Limpié
con anterioridad
el manojo
de epazote
para que quedaran
las puras hojitas
como me gusta.
Desmenucé
la gigantesca bola de
queso Oaxaca,
en finas tiras
mientras picaba
una que otra
hebra para entretener
mi inquieta boca.
Preparé un kilo
de quesadillas
con ricas tortillas
de harina.
Todo para que,
si la comida
se convertía en cena,
pudiéramos seguir
todos
apretujados
y sentados
en la mesa.
Cómo disfruto
que sean las comidas
laaaaargas,
cuando uno se siente
a gusto.